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CAUDILLISMOS Y LA HISTORIA OFICIAL Discurso por el Bicentenario de la Batalla de Carabobo


Por Francisco Gatell


El 24 de junio de 1821 tuvo lugar la batalla más importante de la guerra de independencia venezolana. En el campo de Carabobo se enfrentó el ejército patriota comandado por Simón Bolívar contra las tropas del ejército real español al mando del Mariscal Miguel de La Torre.


Además de Bolívar, la batalla estuvo protagonizada por José Antonio Páez como comandante e primera división, General de los batallones Bravos de Apure y Cazadores Británicos; Manuel Cedeño como comandante de segunda división y Ambrosio Plaza como comandante de tercera división.


Luego de un sangriento día de contienda militar en el que murieron miles de soldados, el ejército patriota se yergue con la victoria y la batalla es reconocida por cerrar el proceso de emancipación venezolana.


Hoy, que nos reunimos para conmemorar el bicentenario de aquel extraordinario suceso, ese que demostró la ferocidad de los llaneros, que nos dio la autonomía frente al imperio español y en el que nos ganamos la posibilidad de determinar nuestro propio futuro, pudiésemos sentarnos a reflexionar sobre la guerra de independencia, las causas del conflicto, los movimientos pre-independentistas; y la estrategia militar y política que siguieron nuestros próceres para encausar el camino de la libertad. Seguramente concluiríamos que la victoria de la guerra se debió a las asombrosas cualidades que cada uno de nuestros héroes desplegó durante todo el proceso de emancipación, terminaríamos reforzando la idea -ya bastante robusta- de que sin ellos hubiese sido imposible la gesta independentista, porque solo lo héroes (extraterrenales, mitológicos, casi dioses) reúnen las capacidades necesarias para alcanzar proezas de tales magnitudes.


No tengo dudas de que en gran medida haya tenido que ver con eso, mi intención no es restarle valor a ninguno de los próceres venezolanos, estoy seguro de que se merecen todo el honor que la historia les rinde; sin embargo, creo que la forma en la que la historia oficial decidió construir nuestra memoria cultural, nos aleja del modelo de individuo y de sociedad que se requieren para constituir una República moderna.


La construcción historiográfica que fortalece la idea de hombres excepcionales, capaces de mover el devenir histórico prácticamente por sí solos, quizá encontró mucha utilidad a finales del siglo XIX en tanto ayudó a establecer un marco de figuras que sirvieron de referentes en la configuración de la identidad nacional, no obstante, en la otra cara de la misma moneda, esa idea de la historia heroica es la misma que ha contribuido permanentemente con la creencia de que los caudillos son necesarios para superar las crisis.

En su sentido más amplio, el concepto de caudillismo hace alusión a un régimen personalista y cuasimilitar, cuyos mecanismos partidistas, procedimientos administrativos y funciones legislativas están sometidos al control inmediato y directo de un líder carismático y a su cohorte de funcionarios mediadores. Además, la cualidad carismática en el caudillo se refleja como un acto de sumisión de los hombres a su jefe, el cual se basa en la irracionalidad, en la emocionalidad, en la fe y en la ausencia de crítica.


Por si fuera poco, cuando las características caudillescas son combinadas con triunfos militares, no solo se fortalece la idea colectiva de que los caudillos son indispensables para superar las crisis, sino que además se refuerza la creencia de que la mejor manera de superarlas es a través de la violencia militar.


En mi opinión, ese par de ideas son profundamente dañinas para quien busca construir un gobierno con valores republicanos modernos: el personalismo o abuso de autoridad propios del caudillo van en contra de los valores democráticos e inclusivos que debería tener una República, asimismo la sumisión irracional y emocional de los hombres ante el carisma del jefe, socava la posibilidad de crear instituciones fuertes que se rijan por el imperio de la ley.


Si aquí hiciéramos una encuesta rápida sobre cuáles deberían ser las características de un gobierno de esta época, estoy seguro de que la gran mayoría mencionaría elementos propios de una República democrática: separación de poderes, instituciones sólidas, Estado de Derecho y de bienestar, estabilidad política, libertad social y económica y un transparente sistema de elección popular. Probablemente si ampliáramos la encuesta a todo el país, la respuesta sería la misma ¿A quién no le gustaría vivir en un gobierno así? Aun así, si preguntásemos sobre el cómo organizarnos para alcanzarlo, quizás muchos de nosotros no podríamos evitar mencionar la necesidad de un líder carismático, con capacidades extraordinarias que se encargue de atraer la mayor cantidad de voluntades y que de ser necesario, use la violencia para alcanzar sus objetivos.


En mi humilde opinión, es imposible fundar una Republica verdaderamente democrática y moderna mientras en el imaginario colectivo siga rondando la tentación de acudir a liderazgos con razgos caudeillezcos o mesiánicos. No hay caudillismos buenos y caudillismo malos, así como no hay golpes de estado buenos y golpes de estado malos o dictaduras buenas y dictaduras malas; hay caudillismos, golpes de estado y dictaduras; y ninguno es bueno para las Repúblicas democráticas.


Desde mi punto de vista, el caudillismo como fenómeno histórico respondió a la crisis social, política e institucional que vivió Latinoamérica en el siglo XIX, si hubiese muerto ahí, no habría problema, el gran inconveniente es que la idea que su funcionalidad parece tener latencia entre la población y si me lo preguntan a mí, buena parte de la responsabilidad de la historiografía oficial, épica y heroica.


Creo fervientemente que la mejor manera de vacunarnos contra el caudillismo o cualquier modelo de organización política que no responda a valores democráticos y republicanos es volver a revisar los hechos históricos con la finalidad de construir una narrativa más acorde con nuestro tiempo.


Es necesario poner el foco sobre personajes que con acciones civiles resaltan los valores ciudadanos. Patriotas como Juan German Roscio, Cristobal Mendoza, José María Vargas, Cecilio Acosta o Fermín Toro, a fin de cuentas fueron quienes, desde el intelecto, construyeron el marco teórico que guiaría la venezolanidad.


Además es indispensable que nos aboquemos a esparcir las ideas de la preponderancia de la iluminación sobre la oscuridad, de la razón sobre la ignorancia, de la paz sobre la violencia y de la civilidad sobre la barbarie que estos héroes manifestaban con su accionar y su obra. Si nos lo ponemos como tarea, no me cabe duda de que nuestro futuro será bastante más promisorio.

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